La verdad se manifiesta en la historia
Para Hegel, la verdad se manifiesta en la historia, cambiando según cambia el trabajo humano éticamente dirigido. Cada forma de trabajo produce una forma de organización social de los hombres, una forma de cooperación ética entre ellos y un contenido de la verdad. Así que la verdad se da en los hombres, es una transformación de sus certezas en verdades que pueden ser compartidas por los grupos humanos como soporte pacífico de su cooperación y de su libre vivir.
Hay, así, una transformación de la noción de lo divino. Pues, al principio, el espíritu sabía que lo divino se manifestaba en su interior. Ahora se sabe que se manifiesta también al hilo de la historia del trabajo humano, que lo divino sostiene el trabajo común de los hombres, que en cierto modo la propia historia de los hombres es también la historia de Dios, la historia que hace Dios por medio del sentimiento de libertad que vive en cada hombre.
Por tanto, la obligación ética en relación con la verdad reside en no creer que la tenemos en nuestro interior de forma inmediata, sin colaborar en el trabajo de los hombres, sin implicarnos en los procesos de cooperación, sin entrar en los sistemas de eticidad. Nosotros solos, dejados al curso de nuestra vida interior, no rozamos jamás la verdad. Esta solo podemos hallarla en común, pero en común de tal forma que podemos aspirar a que sea de todos, y por tanto, que los demás puedan aceptarla libremente, no desde un análisis de su sentido ideal, sino desde un estudio del trabajo que con ella formamos, de los efectos que con ella producimos.
Para Hegel, la verdad se manifiesta en la historia, cambiando según cambia el trabajo humano éticamente dirigido. Cada forma de trabajo produce una forma de organización social de los hombres, una forma de cooperación ética entre ellos y un contenido de la verdad. Así que la verdad se da en los hombres, es una transformación de sus certezas en verdades que pueden ser compartidas por los grupos humanos como soporte pacífico de su cooperación y de su libre vivir.
Hay, así, una transformación de la noción de lo divino. Pues, al principio, el espíritu sabía que lo divino se manifestaba en su interior. Ahora se sabe que se manifiesta también al hilo de la historia del trabajo humano, que lo divino sostiene el trabajo común de los hombres, que en cierto modo la propia historia de los hombres es también la historia de Dios, la historia que hace Dios por medio del sentimiento de libertad que vive en cada hombre.
Por tanto, la obligación ética en relación con la verdad reside en no creer que la tenemos en nuestro interior de forma inmediata, sin colaborar en el trabajo de los hombres, sin implicarnos en los procesos de cooperación, sin entrar en los sistemas de eticidad. Nosotros solos, dejados al curso de nuestra vida interior, no rozamos jamás la verdad. Esta solo podemos hallarla en común, pero en común de tal forma que podemos aspirar a que sea de todos, y por tanto, que los demás puedan aceptarla libremente, no desde un análisis de su sentido ideal, sino desde un estudio del trabajo que con ella formamos, de los efectos que con ella producimos.
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